El reciente descubrimiento de un homínido similar a un hobbit en la isla indonesia de Flores fue sorprendente en algunos aspectos, como por ejemplo su más bien moderna existencia, pero representa un caso clásico de evolución darwiniana. Por razones que no están del todo claras, cuando los animales se introducen en islas, tienden a evolucionar con relativa rapidez hacia una versión gigante o diminuta de su pariente continental. Según este patrón de evolución, la mujer de Flores, es presumiblemente una versión reducida del Homo erectus, y parece haber compartido su hogar en la isla con elefantes enanos y ratas gigantes.
Tal vez el ejemplo más famoso de un gigante de isla y, lamentablemente, de especie extinguida es el dodo (Raphus cucullatus), que una vez podía encontrarse en la isla de Mauricio, en el Océano Índico. Cuando los antepasados del dodo (se cree que una paloma migratoria) se asentaron en esta isla con abundante comida, la falta de competencia de mamíferos terrestres, y de depredadores, le permitió sobrevivir sin volar, y por lo tanto fue liberado de las restricciones de energía y tamaño que implican el vuelo. En Nueva Zelanda también había aves gigantes, ahora extintas, incluyendo la avestruz moa (no-voladora), y el águila de Haast (Harpagornis moorei), que tenía una envergadura de hasta 3 metros. Aunque el águila Haast podía volar -presumiblemente utilizaba sus enormes alas para lanzar un brutal ataque sobre el moa- su gran masa corporal (10-14 kilogramos) llevó al límite su capacidad de vuelo por autopropulsión.
Como ejemplos extremos de evolución, estas aves que vivieron en islas, permiten una mejor compresión de de las fuerzas y los eventos que conforman cambio evolutivo. En un nuevo estudio, Michael Bunce y otros investigadores comparan ADN mitocondrial extraído de huesos de águila Haast con secuencias de ADN de 16 especies de águila modernas, para caracterizar la historia evolutiva de aquella. Su análisis pone al águila moorei en el mismo linaje evolutivo que un grupo de pequeñas especies de águila del género Hieraaetus . Sorprendentemente, la distancia genética que separa al águila gigante con sus diminutos primos Hieraaetus de su último ancestro común es relativamente pequeña.
Sin los fósiles para determinar directamente los tiempos de divergencia, tuvieron que basarse en las técnicas de datación molecular que utilizan la tasa evolutiva de secuencias de genes para establecer la diferencia relativa de edades evolutivas de las águilas. Proponen un plazo de divergencia de alrededor de 0.7-1.8 millones de años, aunque advierten que, si bien esta es la «mejor aproximación de que disponemos de la «verdadera fecha», datos moleculares adicionales podrían ayudar a refinar la estimación. Cualquiera que sea la fecha de la divergencia, la extienta águila gigante es claramente una anomalía entre las águilas estudiadas aquí. El aumento en el tamaño corporal de al menos un orden de magnitud en menos de 2 millones de años, es especialmente notable, ya que se produjo en una especie todavía capaz de volar.
El águila Moorei, «representa un ejemplo extremo de cómo la ausencia de competencia en los ecosistemas insulares puede rápidamente influir sobre las adaptaciones morfológicas y la especiación.»
¿Podría ser que antropólogos, algún día, descubrieran pruebas de una versión gigante de la mujer de Flores?
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-Portada: Modificado a partir de D. Scott Lipsey y Ferran Moreno Lanza